Geranios Rojos

¿Qué pasa cuando el guardián de tu edificio se enferma de covid?

Geranios Rojos
Photo by Sandra Wei / Unsplash

Unos meses antes del encierro ocasionado por la pandemia, Don Bernardo se hizo cargo de la limpieza del edificio de diez departamentos en cinco pisos lo primero que pensó fue “seré prudente y guardare mis comentarios”. Siempre imperturbable de pocas palabras, diligente y observador.

Poco a poco se fue relacionando con cada familia. A la señorita Carina la soportaba heroicamente. Cada mañana al salir a trabajar le observaba todo. Sin mirarlo le decía malhumorada "los vidrios de las puerta están llenos de polvo , y los espejos se ven opacos”. Nunca una palabra amable ni siquiera un buenos días. Solo cuando ella dejaba el edificio, Don Bernardo recién podía respirar tranquilo.

Para la pareja de jubilados era su mandadero personal. Ellos se olvidaban de todo sin consideración alguna. En un sólo día podía hacer hasta cinco encargos. Lo llamaban una y otra y otra vez, ya sea para comprar una aspirina, luego un kilo de mandarinas, una u otra cosas y esto se convertía en un ir y venir constante. Le pedían ayuda para abrir la puerta de su departamento con cuatro cerraduras, ella hablaba a gritos y el marido solo asentía.

Si bien la pareja que salía de madrugada y regresaba al anochecer. Si bien no lo incomodaban mucho en su trabajo, cuando la mujer lo encontraba de limpiando las escaleras se le acercaba furtivamente y le preguntaba por cada uno de los vecinos y como Don Bernardo apenas decía muy bajo “que no los había visto” ella malhumorada lo hacía limpiar una y otra vez el pasaje de su departamento. Aún así, no lograba ninguna información de su parte.

La familia numerosa era la más difícil, cada niño era retorcido y la malcriadez era pan de cada día, lo insultaban, le quitaban la gorra, le tiran la escoba de barrer. Lo más triste es que lo hacían delante de los padres que no los corrigieron nunca y los dejaban hacer de las suyas. El tormento para Don Bernardo era verlos aparecer de improviso, los aguantaba heroicamente.

Para la familia “educada” la atención que exigían era la misma de siempre, que les recojan muchas bolsas de basura, que les suban grandes balones de gas y muchos paquetes de todo tamaño, todo el tiempo, nunca le dirigen la palabra, todo lo hacen con señas.

También están una universitaria que vive con su abuela. Ellas lo saludan y respetan, no le solicitan ningún servicio adicional. Porque se dan cuenta que ya tenía demasiado. El único momento en donde requerían su ayuda era durante la subida de paquetes pesados que llegaban al departamento.

Incluso después del inicio del encierro obligatorio la rutina no cambió. Pero poco a poco además de la tensión por la pandemia y el riesgo de contagio el ambiente en el edificio se volvió insoportable. Una tarde la abuela solicitó la ayuda de Don Bernardo, para subir un macetero con un geranio rojo que el taxista le había dejado en la entrada.

— Yo no soy jardinero de nadie, le replicó a la abuela quién se quedó muda ante la respuesta violenta de Don Berardo. Parecía que ese favorcito había sido el punto final a una serie de malos tratos. Lo dijo con una voz oscura y rabiosa. De inmediato cogió sus cosas, y se fue del edificio haciendo temblar la puerta. No volvió al día siguiente ni al pasado.

Tuvo que pasar una semana cuando el hijo de Don Bernardo apareció en el edificio con un carta de Don Bernardo pidiendo que por favor acepten a su hijo de reemplazo, a él le había dado covid. Todos los vecinos oyeron la noticia y se asustaron. Acordaron apuntar los datos al chico y reunirse para ver si aceptan la propuesta.

El hijo de don Bernardo estaba muy apenado, ahora más que nunca necesitaban ese trabajo. Su rostro se veía que había pasado muchos días en vela. La abuela se compadeció y le indicó que volviera al día siguiente.

Esa noche en la reunión de vecinos todos gritaban. Se quitaban la palabra hay que desinfectar el edificio, ese infeliz nos dejó ese virus por todo lado, encima se largo sin avisar. La abuela apuntó que sin esa ayuda el edificio se caería a pedazos. Necesitaban de alguien para mantener el edificio. A regañadientes los vecinos aceptaron al chico.

Al llegar al edificio el joven se encargó de las tareas puntuales . Sin embargo, la señorita Carina había presionado para que al comienzo de cada día desinfectar todo como si fuera hospital. Durante las siguientes semanas el olor a alcohol y lejía se volvió irrespirable, pero sólo así podía trabajar el nuevo encargado de limpieza.

Cuando recibes un gesto de generosidad y amor de quien menos esperas, se produce un efecto sanador"

Mientras don Bernardo se enfrentaba al virus desaparecieron los destemplados gritos cotidianos de la pareja de jubilados, ellos se encerraron, al día siguiente de la noticia. Más tarde apareció un grupo de tres hombres con máscaras a colocar una gran malla cubriendo el enrejado de la puerta de entrada a su departamento.

Los chicos malcriados subían y bajaban más de lo acostumbrado por las escaleras e iban curiosamente “asegurados” usando doble mascarilla, gorras, lentes oscuros, mamelucos de plástico, ahora que no tenían a quien molestar, su trote se hacía sentir hasta que su padre los callaba a gritos y los obligaba a subir sin hacer bulla.

La exagerada señorita Karina salía como una extraterrestre, con su botella de alcohol esparciendo a cada paso que daba rociando mucho alcohol a diestra y siniestra.

Solo la joven universitaria le preguntó al hijo que reemplaza a Don Bernardo sobre su situación, el muchacho con voz tenue le respondió que el covid era lo peor que les había pasado. Sin ese ingreso, no creía que podía cuidarlo.

Ella lo comentó con su abuela, no lo pensaron mucho y decidieron ayudarlo con algo de dinero para apoyarlo, sacrificaron su gasto de la semana, armaron un sobre y le enviaron el dinero con una tarjeta en la que le escribieron: “ánimo Don Bernardo todo esto pasará, queremos que vuelva pronto, lo esperamos. Cuídese”

La abuela le dijo a su nieta que Don Bernardo se iba a recuperar porque cuando recibes un gesto de generosidad y amor de quien menos esperas, se produce un efecto sanador. "Ya lo veras" le aseguró a su nieta quien no supo cómo responder a la esperanza de su abuela.

Tres meses tuvieron que pasar para volver a ver a Don Bernardo. El virus lo había dejado debilitado, pero lucía recuperado y repuesto. Venció la fatalidad y su mirada era otra, se sentía bendecido y agradecido.

En el día de su retorno se presentó en la puerta donde vivía la joven universitaria y su abuela con un macetero de geranios rojos, quería darles las gracias. Ese sobre llegó en el momento más duro. Sintió esa ayuda muy cerca a su corazón. Le permitió reencontrarse con la vida.


💡
La pandemia nos ha puesto a prueba de mucha maneras. Cada quién se ha enfrentado a este periodo duro e incierto de diferente manera . Sin embargo, rescato esta historia para hablar de esa nueva convivencia a la que nos enfrentamos. Y como las situaciones extremas ponen en perspectiva lo que consideramos importante en nuestro día a día.

💭 Para reflexionar en los comentarios 

  • ¿Qué te dice a tí este cuento?
  • ¿Qué es lo que más te asombrado de esta historia?

💪 Para ejercitarse 

  • Piensa en la persona(s) que quisieras agradecer porque te ayudaron a soportar mejor este tiempo en cuarentena.
  • ¿Qué fue lo más importante que hiciste durante la cuarentena?